jueves, 3 de mayo de 2012

"Las virtudes de la compasión, la no-violencia, el amor y la verdad en cada persona sólo se pueden encontrar cuando se oponen a la crueldad, la violencia, el odio y la falsedad."


Mahatma Gandhi

A los hombres futuros

Verdaderamente vivo en tiempos sombríos,
Es insensata la palabra ingenua. Una frente lisa
Revela insensibilidad. El que ríe
Es que no ha oído aún la terrible noticia,
Aún no le ha llegado.
¡Qué tiempos éstos en que
hablar sobre árboles es casi un crimen
porque supone callar sobre tantas alevosías!
Ese hombre que va tranquilamente por la calle,
¿Lo encontrarán sus amigos cuando lo necesiten?
Es cierto que aún me gano la vida.
Pero, creedme, es pura casualidad. Nada
De lo que hago me da derecho a hartarme.
Por casualidad me he librado.
(Si mi suerte acabara estaría perdido,
me dicen: “¡Come y bebe! ¡Goza de lo que tienes!”
pero, ¿Cómo puedo comer y beber
si al hambriento le quito lo que como
y mi vaso de agua le hace falta al sediento?
Y, sin embargo, como y bebo.
Me gustaría ser sabio también.
Los viejos libros explican la sabiduría:
Apartarse de las luchas del mundo es transcurrir
Sin inquietudes nuestro breve tiempo.
Librarse de la violencia,
Dar bien por mal,
No satisfacer los deseos y hasta
Olvidarlos: tal es la sabiduría.
Pero yo no puedo hacer nada de esto:
Verdaderamente vivo en tiempos sombríos.
Llegué a las ciudades en tiempos del desorden,
Cuando el hambre reinaba.
Me mezclé entre los hombres en tiempos de rebeldía
Y me rebelé con ellos.
Así pasé el tiempo
Que me fue concedido en la tierra.
Mi pan lo comí entre batalla y batalla
Entre los asesinos dormí
Hice el amor sin prestarle atención
Y contemplé la naturaleza con impaciencia.
Así pasé el tiempo
Que me fue concedido en la tierra.
En mis tiempos, las calles desembocaban en pantanos.
La palabra me traicionaba al verdugo.
Poco podía yo. Y los poderosos
Se sentían más tranquilos sin mí. Lo sabía
Así pasé el tiempo
Que me fue concedido en la tierra.
Escasas eran las fuerzas. La meta
Estaba muy lejos aún.
Ya se podía ver claramente, aunque para mí
Fuera casi inalcanzable.
Así pasé el tiempo
Que me fue concedido en la tierra.

y nos desesperábamos donde sólo había injusticia
Y nadie se lanzaba contra ella.
Y, sin embargo, sabíamos
Que también el odio contra la bajeza
Desfigura la cara. -
También la ira contra la injusticia
Pone ronca la voz. Desgraciadamente, nosotros,
Que queríamos preparar el camino para la amabilidad,
No pudimos ser amables.
Pero vosotros, cuando lleguen los tiempos
En que el hombre sea amigo del hombre,
pensad en nosotros con indulgencia
.

Bertold Brecht, de Poemas del exilio



miércoles, 2 de mayo de 2012

El asesinato de Regina y los Cascos Azules


Autor: Marco Lara Klahr

PANAMÁ CITY.― La tarde del domingo dejé la Ciudad de México atribulado por el asesinato de nuestra compañera Regina Martínez, corresponsal de Proceso y colaboradora de medios noticiosos en Veracruz. Ese día había comentado el terrible suceso con Mario Ávila, al aire, en su barra noticiosa matutina de Radio Fórmula. Y ya en el vuelo que me trajo a la capital panameña, mi enojo y desesperanza me hicieron evocar una de las recomendaciones para México formuladas por Johan Galtung, cuando Fernando Montiel y yo lo entrevistamos tras recibirlo en el aeropuerto [octubre 23, 2011].

Con la autoridad que le da medio siglo como observador, analista y mediador en cientos de conflictos de todo orden a través del mundo, Johan Galtung nos dijo que, en virtud de la violencia descontrolada y la incapacidad del gobierno de Felipe Calderón para afrontarla, era apremiante considerar que tropas de Cascos Azules de Naciones Unidas intervinieran «en ciertas zonas del país como fuerza preventiva y de protección a la población civil».

Esto me vino a la mente después de ver, no sin sorpresa, fotografías donde miembros del Ejército y la Armada se entrometían en la casa de Regina, que fue la escena del crimen.

Políticos, académicos, líderes sociales y periodistas diseminan a través de los medios masivos su convicción de que las Fuerzas Armadas mexicanas son confiables, al margen de que existan «elementos» corruptos. Yo lo dudo. Y volví a durarlo al ver esas imágenes de militares y marinos husmeando en la casa de Regina: no puedo evitar preguntarme si en realidad acudieron a manipular, borrar o hurtar evidencias del homicidio.

Lo sostengo pensando, especialmente, en el informe Silencio forzado. El Estado, cómplice de la violencia contra la prensa en México [Artículo 19, México, marzo 2012], correspondiente a las agresiones contra periodistas en 2011 y que identifica a servidores públicos federales ―militares entre ellos― y estatales como perpetradores de la mayoría de dichas agresiones ―es decir, del 41.86% de los casos documentados.

Tampoco doy crédito a las instituciones estatales de seguridad y justicia: desde que Javier Duarte tomó posesión del gobierno de Veracruz [diciembre 2010] han muerto con violencia nuestros colegas Noel López Olguín [HorizonteNoticias de Acayucan y La Verdad; su cadáver fue hallado en junio de 2011]; Miguel Ángel López Velasco y Misael López [Notiver, en junio], y Yolanda Ordaz de la Cruz [Notiver, en julio], y ninguno de tales hechos ha sido esclarecido. Igual que Calderón, Duarte y su administración se han limitado a dar pésames, como si no fueran gobierno. Pensando bien de ellos, en el mejor de los casos ambos gobernantes y sus subordinados son unos ineptos afligidos.

Los asesinos de Regina actuaron asumiendo, probablemente, el riesgo que implicaba el atentar contra una periodista prestigiada, perteneciente al cuerpo de redacción de un medio influyente y prestigiado como lo es el semanario Proceso, conscientes de los amplios márgenes de impunidad a su favor —lo que se refuerza con otro dato del Informe de Artículo 19: Veracruz se halla a la cabeza de los estados con mayor número de agresiones contra los periodistas.

Ni las instituciones policiales y judiciales de Veracruz, ni las fuerzas federales garantizan siquiera el adecuado manejo de la escena del crimen, además de que es razonable sospechar que podrían, por mala fe o impericia, alterar el material sensible significativo o desviar la investigación para proteger a los asesinos.

Y si al final no ocurriera nada de esto y actuaran con eficiencia y profesionalismo, el sistema de justicia penal se encargaría de enterrar el asunto en el cementerio de la burocracia. El sistema local no ha esclarecido un solo caso ni llevado a juicio y condenado a uno solo de los asesinos de periodistas y, de acuerdo con el Informe de Artículo 19, la Fiscalía Especial para la Atención de Delitos Cometidos contra la Libertad de Expresión, de la Procuraduría General de la República, desde su creación hace seis años hasta hoy ha logrado apenas una sentencia condenatoria entre 27 casos atendidos.

Es necesaria, pues, una fuerza institucional capaz y confiable, que provea seguridad a los ciudadanos, incluidos los periodistas, en zonas del país como Veracruz, y dé certeza a la investigación, comenzando por la adecuada preservación del lugar de los hechos. ¿Tendrían que ser los Cascos Azules, como propone Galtung? Es una posibilidad cada vez más digna de considerar.

La inercia cómplice


Cuando comencé a perder a mis seres queridos se me quitó la idea romántica y adolescente de que la muerte era una experiencia atractiva, magnífica, seductora. El desconocimiento y la distancia tienden a mitificar las vivencias. Idealizamos lo inexplorado y lo ajeno, lo que ignoramos o no hemos experimentado en persona. También sucede lo contrario: nos desentendemos de lo que ocurre en otras latitudes, de modo que somos incapaces de comprender las conexiones profundas que existen entre hechos que superficialmente aparentan ser ajenos, pero en realidad forman parte de nuestro mismo entramado vital.

Escuché la historia de un hombre que perdió su patrimonio, su libertad y su tranquilidad cuando quiso defender a su familia; eso ocurrió en Ciudad Juárez. También supe de una mujer que hizo lo posible por no huir a causa de las extorsiones recibidas, quería seguir viviendo en donde murieron sus abuelos y logró quedarse: la enterraron, ahí, en Tamaulipas, a los 28 años. Les cuento a mis alumnos y a mis amigos lo que ocurre fuera del DF, pero parecen no darle importancia a la magnitud de los eventos ni a la evolución exponencial de la tragedia: la violencia ocurre en otro sitio, no les compete, están a salvo. Suponen que el DF es una especie de burbuja que otorga inmunidad. Yo más bien imagino esta ciudad como una roca que, como toda piedra envejecida, un día sin duda estallará.

En su texto ¡Indígnate!, Stéphane Hessel hace un llamado universal a denunciar la opresión y resistir ante todo aquello que resulta inaceptable para vivir de manera digna. Si alguien como Hessel (superviviente de Buchenwald, militante a favor de la causa palestina y único redactor vivo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos), a sus 93 años, es capaz de predicar contra la indiferencia y contra lo que él denomina “la inercia cómplice”, es algo que deberíamos tomar en cuenta a la hora de hablar sobre la realidad. Sin embargo, hoy, para la gran mayoría de los que habitan la ciudad de México, la indignación no tiene buena acogida. Cuando se expresa, resulta un asunto alarmista, el intento por fomentar una cultura del miedo, y no la necesidad de adquirir conciencia sobre lo que ocurre en el país, y que nos debería preocupar si deseamos que éste siga siendo habitable.
No obstante, a pesar de la indiferencia que percibo a mis costados, las personas que me rodean me cuentan historias que resultan igual de significativas, pero sin ellos darse cuenta. Hace dos semanas un comando de la PFP detuvo, sin motivo alguno, a un amigo que caminaba sobre avenida San Cosme luego de abandonar una fiesta… Asesinaron al novio de una alumna después de dejarla en casa; luego se supo que no le robaron nada… A mi vecino de 15 años lo asaltaron fuera de su escuela, les entregó todo lo que traía y, enseguida, le cortaron la cara… Las historias se multiplican y sus tramas tienden a alejarse de lo verosímil –eso que en la ficción hace que las cosas sean creíbles. Las historias se acumulan, pero sus relatores son presas de la impotencia interpretativa: “fue un abuso de autoridad”, “un asalto”, “la locura de unos idiotas”, se repiten, “nada que ver con el clima de violencia que existe en el norte del país”. ¿Por qué no logran comprender la conexión entre las violencias cotidianas que ocurren en el DF y el clima de impunidad e incertidumbre institucional del país?
Supongo que se trata de un mecanismo de defensa. Más allá del tipo de violencia que entrañan los hechos relatados (y que habla de una creciente y generalizada descomposición social), lo que me sorprende es que para quienes los relatan, estos eventos se encuentran disociados de lo que ocurre afuera, en eso que nombran con una fórmula teatral distribuida en los medios: “la guerra contra el narco”. Yo no dejo de pensar cómo solemos observar la elevación de las aguas como si fuese un espectáculo ajeno, cuando es el espectáculo que terminará ahogándonos. Tampoco dejo de pensar lo que ocurrió durante las elecciones de 2006, en donde el afán por lograr la presidencia, llevó a los partidos y candidatos a fomentar un espacio público fragmentado y un debate político fundamentado en la violencia: “los otros son el enemigo y hay que destruirlo a toda costa”, se nos decía constantemente en propaganda escrita, en spots televisivos y en cada arenga que buscaba llevar nuestro voto a la respectiva urna ideológica. En mi estupefacción no comprendía cómo era posible que se repitiera, a diestra y siniestra, y de manera acrítica, la idea de que el adversario político era un peligro para el país o que el contrincante conservador resultaba el universo del mal. Desde entonces supuse que la cultura política intolerante que se fomentó en aquellos días traería consecuencias adversas, pero nunca creí que la catástrofe nos llevaría al insano paisaje que hoy contemplamos.
Stanislaw Jerzy Lec escribió que “no hay que estar ciego desde ningún punto de vista”. Deberíamos tomar su consejo con seriedad. Aquello que no se atiende o no se vigila termina descompuesto o quebrantado. Si en este momento desconfiamos de la eficiencia y el valor de las instituciones, si la corrupción ha incrementado sus arcas furtivas y si la violencia en el país comulga con cifras de guerra civil, todo esto tiene que ver con la destrucción del espacio público como lugar de interlocución argumentada, como sitio para compartir, oponer y debatir puntos de vista a partir de razonamientos e ideas. En distintos momentos, hemos contribuido ciegamente y sin proponérnoslo, por negligencia u omisión, a la destrucción del espacio público. Los peores horrores son los que no previmos, los que pudimos erradicar un día que se ha ido ya, aquellos que sólo vemos en la sensatez de los espejos. ¿A qué me estoy refiriendo?
Se sabe que la violencia, antes de ser física, contamina el lenguaje. Como bien apuntó Adan Kovacsics en su libro Guerra y lenguaje, “a toda catástrofe bélica la antecede una catástrofe de la palabra”. Y eso no es asunto sólo de los políticos, sino de nuestra forma cotidiana de hablar y referirnos a los otros. Desde hace años, al país le urge una ética de la discusión y sobre todo de la escucha. Hoy como nunca el lenguaje público está repleto de frivolidad, agresión y arrogancia, formas todas de banalizar, desacreditar o menoscabar al interlocutor. Si algún día queremos que este país deje de incubar injusticias y peligros, tendremos que darle entrada en nuestra vida al otro (ese que piensa y vive de un modo que consideramos indigno, el que conduce su auto demasiado cerca del nuestro, el que expresa opiniones que nos parecen descabelladas o absurdas).
“La política es el arte de convivir, no el arte de cambiar al otro” dijo en una entrevista Octavio Paz. El mexicano común parece no entenderlo. Al menos eso es lo que le pasa cotidianamente al defeño. Suponemos que el espacio público sólo nos pertenece a nosotros, no lo concebimos como un espacio a compartir sino como un espacio que nos debería corresponder en exclusividad, casi de manera patrimonial. Por lo mismo percibimos que el otro nos invade o amenaza a cada instante: inventamos esos monumentos a la fealdad (cubetas con cemento) para impedir que otros ocupen el espacio que está afuera de nuestra casa pero del cual no tenemos un documento de propiedad; conducimos los unos contra los otros como si la calle fuese un escenario no de tránsito sino de venganzas imaginarias; cada vez que podemos sacar ventajas incluso de los seres más íntimos lo hacemos como una compensación providencial ante el hecho de vivir en un espacio endemoniado. La megalópolis es el espacio por excelencia para el anonimato, y en el anonimato las responsabilidades se diluyen. Ahí el crimen es más propicio pues los escondites no sólo se multiplican, sino se masifican. Por decirlo en pocas palabras: el anonimato que otorga la megalópolis es una ofrenda a la impunidad. En la ciudad aventamos piedras sin dejar de sentirnos inocentes. Desde esa perspectiva, los culpables siempre son los otros: los políticos, los burócratas, los asesinos.
Me refiero a Chilangolandia no sólo por el hecho de ser ese mi lugar de residencia, sino porque resulta la experiencia concentrada de los trastornos de la nación en materia política. Otro efecto fatídico del centralismo. Más allá de las particularidades regionales o las tradiciones locales, la forma de pensar lo público en esta ciudad es la expresión terminal de la cultura política nacional. Digo esto porque observo que lo que se vive en el DF (el regodeo de la indiferencia, el desdén ante el dolor ajeno, la evasión de compromisos) se evidencia de muchos modos también en el resto del país. Y eso que se reproduce es uno de los rasgos fundamentales de nuestra forma autista de relacionarnos con el poder. Un síntoma prevalece en nuestro cuadro clínico: la búsqueda de culpables externos, el desplazamiento de las propias responsabilidades, la incapacidad para asumir la autocrítica. Hace unas semanas, a partir del incendio criminal del Casino Royale, en su tuiter José Merino (@PPmerino) soltaba frases autocríticas como la siguiente: “Porque me he quejado por la no implementación de la reforma al sistema penal de justicia y no he movido un dedo #MeDeclaroCorresponsable”. Muchos tuiteros, en lugar de escuchar el llamado a generar una cultura de participación ciudadana, de inmediato se deslindaron con fórmulas tan ingeniosas como ésta: “Gracias a @ppmerino por repartir (entre los que se dejan) la responsabilidad de @FelipeCalderon y autoridades que decidieron ‘estrategia’ vs narco”. ¿Es posible asumir una postura crítica sin asumir previamente una perspectiva autocrítica?
Lo que digo es que, en términos generales, nos hemos vuelto incapaces de establecer los vínculos entre la ausencia de una cultura ciudadana crítica y los efectos que esa ausencia produce en la realidad política del país. La impunidad ha crecido no sólo porque políticos y empresarios despliegan su eficiencia en evadir las leyes para gobernar en su propio beneficio, sino por el clima social de desencanto y pesimismo al que hemos contribuido las mayorías al eximirnos de los debates públicos, al ausentarnos de las movilizaciones políticas y al fomentar la flojera ideológica de no interpretar la realidad de manera apasionada. De muchos modos ejercemos actos, rencores o miedos que al final se nos revierten. Esta actitud es un boomerang que terminará por arrancarnos la cabeza.
Hace más de una década, Carlos Monsiváis afirmaba en un artículo que “el amor a lo contraproducente” parecía ser el signo de la política mexicana. No se equivocaba entonces y hoy el fenómeno resulta aún más evidente. Cada vez que intentamos darle soluciones a problemas cotidianos o excepcionales mostramos que somos incapaces de prever las consecuencias negativas de nuestras acciones: para acabar con la violencia, enviamos tropas de asalto que actúan desde una lógica radical, de excepción, ajena a la idea de preservación de los derechos y la dignidad humana, y que por ello generan más violencia… Contra la ineficacia del sistema judicial, adoptamos mecanismos que tienden a volver más factible y redituable el manejo discrecional del poder (p.e. La ley de seguridad nacional)… Ante el descrédito de la política, legitimamos actos de corrupción y justificamos la evasión de la ley (“hay que negociar con el narco”…), sin medir sus consecuencias en la autoconciencia de la sociedad y sus promesas de futuro…
Esa pasión por lo contraproducente habla tanto de los desatinos que tenemos a la hora de discutir en torno a los asuntos públicos, como de la inmadurez hermenéutica que nos caracteriza. Lo extraño no es escuchar opiniones, sino escuchar opiniones que no se desacrediten a sí mismas. En México, cuando alguien discute sobre política suele expresar sus reflexiones e insatisfacciones destruyendo lo poco que puede evitar que las cosas sigan así: la posibilidad de diálogo, de escucha y de crítica. Proferimos juicios que destruyen en lugar de construir lo público. Nos encanta quejarnos, pero no comprendemos que en nuestras palabras está sembrada la negativa a que las cosas puedan ser distintas. “Lo que hace falta para crear ciudades donde la gente se vea obligada a enfrentarse y se reconozca entre sí es una reconstitución del poder público, no una destrucción del mismo” escribió Richard Sennett. Nuestra cultura política actual consiste en una inercia cómplice que en lugar de indignarnos, nos complace. De nuestra indolencia nos lamentaremos en el futuro próximo. Abandonarla implicaría romper los pactos de impunidad en que estamos instalados, esos que nos permiten estar frente a la cómoda seguridad de nuestras computadoras leyendo noticias que al parecer no nos competen, pero que un día nos dirán cómo la muerte ha dejado de ser una idea romántica y seductora, una experiencia lejana que le pertenece sólo a los otros.

Autor: Karl Kraus
Fuente original: "(In)Justicia en América Latina", Distintas Latitudes.
Fuente secundaria: NUESTRA APARENTE RENDICIÓN

Proceso: ante el crimen de Regina Martínez


MÉXICO, D.F. (apro).- El asesinato de la periodista Regina Martínez Pérez, el sábado 28 de abril, es resultado de un país descompuesto, de una situación de violencia cotidiana en la que actos extremos no son la excepción sino la regla cotidiana. Esta situación la comparte Veracruz con la mayor parte del país.
Al crimen abonó el ambiente de hostilidad y aun de acoso en el que la prensa independiente se ve obligada a cumplir sus funciones.
En nuestro caso, son reiterados el secuestro y la compra masiva de ejemplares por parte de quienes se sienten afectados por lo que publicamos. En ocasiones, nos hemos visto en la necesidad de ocultar en el anonimato el nombre de nuestros reporteros, enviados especiales y corresponsales en sus trabajos sobre temas de seguridad.
Más allá de los detalles que podría arrojar la investigación policiaca, creemos que el asesinato de Regina Martínez sólo pudo darse en esa atmósfera de descomposición y hostilidad.
Respecto de esa investigación, que está a cargo del gobierno de Veracruz, Proceso es escéptico. En una reunión con el gobernador del estado, Javier Duarte de Ochoa, en la ciudad de Xalapa, a unas cuantas horas del asesinato de nuestra compañera, la directiva de Proceso lo expresó así ante la promesa retórica de que “se investigará hasta las últimas consecuencias”. No les creemos y se los hicimos saber.

El gobierno del estado solicitó la coadyuvancia de la Procuraduría General de la República en las investigaciones. La revista participará en la misma calidad para evitar desviaciones en las indagatorias.

La agresión contra cualquiera de los integrantes de esta casa editorial es un atentado contra Proceso y en contra del derecho constitucional a informar.
No eludiremos ninguna acción hasta conseguir el esclarecimiento del crimen.

¡Poetas por la paz se une a la indignación y a la exigencia de justicia!

El adiós a Regina



A la memoria de Regina Martínez
Un cielo triste se percibió en la ciudad de Xalapa alrededor de las tres de la tarde, cuando reporteros, activistas, académicos, miembros de ONGs y sociedad civil marcharon por todo el centro de la ciudad de Xalapa para recordar la honestidad, la incorruptibilidad y la intachabilidad de Regina Martínez, corresponsal de Proceso y reportera del diario Política, asesinada cobardemente en su vivienda en la mañana del día viernes 28 de Abril.
Escrito exclusivamente para la Red de Periodistas de a Pie por Juan E. Flores Mateos


Diez minutos antes de la marcha, en medio de la plaza Lerdo y aun con restos de tiza que pedía un alto a la tauromaquia, una señora vestida de blanco colocó un ramo de flores blancas, amarillas y rosadas, al que minutos después, más personas le anexarían veladoras que simularían la forma de una cruz.
Algunos de los marchantes, salieron de la plaza Xallitic, a tres cuadras de la plaza Lerdo, integrados por organizaciones civiles como la del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, Zapateando, La vida, Cuauhtémoc entre otros, que lanzaron las siguientes diatribas en contra del gobierno:
Gobierno fascista/que mata periodistas; Fidel y Duarte/amigos de la muerte
Al llegar a la Plaza Lerdo, emblemática por las manifestaciones en contra del gobierno, el grupo se detuvo un momento para seguir prendiendo veladoras, y gritar al unísono: Regina, presente.
Después el grupo mezclado ya con reporteros y algunos editorialistas, de alrededor de un centenar de personas, retomó la caminata. Personas que pasaban, se miraban desentendidas mientras otras se tomaban un café como metáfora a la indiferencia de una sociedad secuestrada por el miedo, poco solidaria, y a la expectativa de manifestarse sólo cuando les matan o les asesinan alguien cercano.
El grupo siguió marchando hasta dar la vuelta al túnel principal del centro, que va hacia la avenida Zaragoza, para luego doblar sobre Juan Enríquez y terminar de nuevo en la plaza Lerdo; es decir, rodearon el Palacio de Gobierno. En el túnel, el eco de ¡justicia, justicia, justicia! se hizo estruendoso. Ya allí, una persona representando la muerte, marchaba a un lado de la pancarta principal que dictaba un contundente repudio.
Un repudio generalizado, en la capital de un Estado donde se presumen los discursos y se ocultan los hechos para beneplácito del gobierno, y donde Regina siguió viviendo en cada silencio, en cada grito, en cada paso, en cada rostro de lágrima y consternación.
Todos somos Regina.
El recuerdo de Regina Martínez
En la Plaza Lerdo, se recordó a Regina Martínez Pérez como una mujer honesta, comprometida, recta en el ejercicio periodístico. Incluso, algunos exfuncionarios, como un exregidor xalapeño, recordó cuando le invitó a Regina un café. Regina, pequeña y menudita de complexión, se le negó.
-Mejor vaya a mi casa y nos preparamos uno- me dijo. Vaya que era muy, muy honesta. Es una gran pérdida.
En un lugar como Veracruz, donde hay pocos espacios para voces críticas y hay de sobra para aquellos que buscan lanzar loas y limpiar botas de funcionarios, Regina le dio seguimiento a temas escabrosos, por ejemplo, al del candidato del Partido Mexicano Socialista a la alcaldía de Tezonapa Inocencio Romero, asesinado en la puerta de su casa, el 10 de Septiembre de 1988; con sus escritos denunció también asesinatos que ocurrieron en la sierra de Zongólica y en el norte, cubrió las huelgas que se dieron en Veracruz en la zona de Córdoba y Orizaba y Río Blanco.
Regina Martínez, originaria de Gutiérrez Zamora, también le dio seguimiento al caso de Ernestina Ascencio, mujer nahua violada y asesinada el 25 de Febrero de 2007 por militares en la comunidad de Tletatzinga, municipio de Soledad Atzompa, en la zierra de Zongólica. Junto a ella, Rodrigo Vera y Andrés Timoteo, corresponsal de La Jornada, fueron perseguidos y cercados informativamente.
En diario Política, fundado y dirigido en aquel entonces por Ángel Leogedario Gutiérrez “Yayo”, ella y sus colaboradores aguantaron los embates y golpes políticos orquestados por el ex gobernador Patricio Chirinos y su secretario de gobierno Miguel Ángel Yunes Linares. “Fue con Fidel Herrera, donde ese periódico repuntó. Pero siempre aguantó machín, y ella era una gran reportera”, dijo un viejo reportero xalapeño.
El alto riesgo de informar en Veracruz
En Veracruz, como Regina Martínez lo evidenció en su texto publicado en Proceso 1822 del día 2 de Octubre, informar tiene un alto riesgo. De acuerdo a la organización Article XXI, Veracruz ocupa el primer lugar en atentados contra periodistas; en su informe Silencio Forzado de 2011 quedó atestiguado en la página 15 el título: Veracruz, un gobierno ausente, cómplice y agresor.
Según el informe, el año pasado en Veracruz se dieron, un total de 66 agresiones, 5 asesinatos de periodistas y trabajadores de medios, así como un ataque violento contra medio –El Buen Tono- se han perpetrado en los últimos meses en la entidad.
De las cuales, 33 las han perpetrado funcionarios públicos, 23 se desconocen o no han sido determinadas, 4 por fuerzas partidistas, 3 por delincuencia organizada, 1 por sindicato y 2 corresponden a “otros” no precisados.
Los tipos de agresiones son: Detención ilegal, 2; por desaparición, 1;  por ataque cibernético,1;, por Privación Ilegal de la libertad, 2; por asesinato, 5;  por amenazas, 5:, por desplazamiento forzoso, 13; por calumnia/injuria/difamación, 1 y 10 por intimidación o presión.
Veracruz se ha convertido en el lugar perfecto para morir y que manchen la memoria del acaecido con acusaciones que van desde nexos con la criminalidad      -como cuando Reynaldo Escobar, exsecretario de Gobierno, calificó de delincuentes aún sin iniciar una investigación, a los 35 cuerpos aparecidos el martes 20 de Septiembre frente a Plaza Las Américas- hasta el reproche del Estado a los padres para deslindarse de cualquier acto de implementación de justicia –como cuando el subprocurador de Justicia Antonio Lezama Moo minimizó el 1 de Marzo de éste año las desapariciones en Xalapa al decir que las muchachas iban con el novio-.
La descomposición social, la hostilidad, las desapariciones, los asesinatos se han convertido en el saludo del día cada mañana.
A diferencia de Jalapa u otras ciudades de Veracruz, en el puerto la cobertura se ha vuelto casi imposible, porque los Policías Navales –marinos como sustitos de la extinta policía intermunicipal- no permiten que cubras el hecho, te golpean, te intimidan con sus rostros cubiertos, y no responden a preguntas sencillas como el de un “¿qué ocurrió?” en un accidente automovilístico.
Esto puede comprobarse, por ejemplo, en la tarde del sábado 24 de Marzo cuando los fotógrafos Lalo Guevara y Luis Manuel Monroy del diario Notiver y del grupo Imagen del Golfo fueron detenidos, golpeados y paseados en patrullas de la Policía Naval al tratar de cubrir un accidente de tránsito y vialidad. Esa misma noche, reporteros de varios medios se manifestaron afuera de las instalaciones para exigir la liberación.
Un reportero que asistió a esa marcha comentó: Nos empezaron a tomar fotografías, pero no importó. Aquí en Veracruz no hay garantías, no nos dejan chambear. Cuando un marino me tomó fotos, le dí hasta mi credencial de elector, y le dije, si quieres te la regalo. Ya estamos hartos de su arbitrariedad y su hostilidad. Sólo fuimos a manifestarnos pacíficamente para decirles que estamos hasta la madre y que nos dejen chambear.
Algunos medios digitales registraron el hecho, y el periódico Notiver en su edición posterior sacó en portada el título “No hay garantías”.
A pesar de que ningún asesinato de periodistas ocurrido en 2011 se ha resuelto, para esclarecer el crimen de la reportera de Proceso y de diario Política, la mañana del domingo, se formó una Comisión Especial Investigadora integrada por la Procuraduría de Justicia del Estado de Veracruz, la Procuraduría General de la República, la Comisión Nacional de los Derechos Humanos y reporteros de la Revista Proceso, anunciada por el procurador Amadeo Flores Espinoza.
Sin embargo, será ahora a nivel nacional donde sabrán, que el gobierno de Veracruz se ha convertido en el oxímoron de su propio eslogan. Pues en vez de ir “Adelante”, en todos los ámbitos sociales, políticos y económicos, se va para atrás, como diciendo: ¡Qué tiernamente te estamos hiriendo Veracruz querido!