domingo, 15 de julio de 2012
viernes, 13 de julio de 2012
Nada permanece tanto como el llanto (fragmentos)
VI
Aún transcurren los días sin que el hombre pueda contra el llanto.
Se entrecruzan palabras batidas por el viento
y el amor padece el exilio del hombre.
Nada sabemos de aquellos que el odio abatiera.
Nada pudimos contra el poder del rencor.
Muchos de nuestros hijos fueron arrebatados,
mientras crepitaba en los crematorios la llama.
Todo parece inmóvil.
Siempre la misma estación de llanto y muerte.
Siempre la misma duración de agobios.
Cómo despertar al hombre?
Cómo desatar el miedo que lo tiene amortajado?
Es preciso que rompamos el transcurso de estos días,
que combatamos el odio con las armas de la arcilla.
Los hijos más jóvenes se lanzaron en pos de la pureza.
Los padres temieron por el pan de cada día,
han aprendido a permanecer en la abstinencia.
Ya no comprenden que la primavera es posible.
Los hijos más jóvenes tomaron por asalto un día
la alborada,
se proclamó el restablecimiento de la pureza y los ancianos
de esta tierra apenas comprendieron que la vida con sus
riesgos estaba con ellos.
Se han alzado brazos para detener la caída,
brazos modelados en los puertos a golpe de salitre,
brazos modelados en la fragua donde el acero
proclama su doblegada palanca.
Manos que de la tierra arrancaron la vida
Repartiéndola entre las proles enfermas.
Ya no hay más que hombres combatidos que combaten.
Mujeres que han aprendido a proteger su sexo.
El odio multiplica sus centinelas para que el hombre
retorne a la sumisión.
Pero ya no es probable ese retorno.
Hemos aprendido que la primavera es posible.
VII
Hemos ido acumulando corazones en nuestro corazón,
palabras en nuestra voz quebrantada por azadones.
Hemos dejado huellas por todos los caminos
y algunos de nosotros ya no estamos.
Hemos ido de manos con las sombras.
Nuestro andar es un grito estacionado.
Por cada paso, un día que trascurre.
Por cada palabra, mil palabras que vocifera la prole.
Qué será de nosotros después de esta larga travesía?
Poco importa si el mármol o la piedra eternizan
nuestro corazón de húmedo barro.
Nos basta con que nuestra voz perdure en la voz
del amigo, en la del compañero de rutas que nos tendió
la mano cuando se aproximaba la caída.
Hemos llenado muchos de los vacíos que nos legaran.
A otros toca llenar los que nosotros dejamos.
Apenas tuvimos tiempo para remendar la herencia.
A qué corazón irá nuestro corazón a depositarse?
A qué silbido irá nuestro silbo a renovarse?
Nada sabemos,
cumplimos una jornada que empezó antes que nosotros
y que no concluirá con nosotros.
Jacques Viau (Haití, 1942-1965)
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