(selección de José Vicente Anaya)
Paz
Pasamos entre tumbas.
Ahí estaban
vencedores y vencidos,
juntos,
sin que les importara.
La oscuridad en que están
no les ha dejado ver
de quién fue la victoria.
Langston Hughes
(trad. JVA)
Guerra
La vejez de los pueblos.
El corazón sin dueño.
El amor sin objeto.
La hierba, el polvo, el cuervo.
¿Y la juventud?
En el ataúd.
El árbol solo y seco.
La mujer como un leño
de viudez sobre el lecho.
El odio sin remedio.
¿Y la juventud?
En el ataúd.
Miguel Hernández
Ejército Expedicionario de los Estados Unidos
Colgaremos en la pared un rifle oxidado, corazón.
con ranuras onduladas y escamitas de óxido.
Durante la oscuridad una araña tejerá su nido plateado
en el hueco más tibio de ese rifle.
También habrá óxido en el gatillo y en la mira.
Ninguna mano pulirá ese rifle colgado en la pared.
Los dedos índices y pulgares, distraídamente,
apuntarán, por pura casualidad, cerca del rifle.
Se hablaré de las cosas medio olvidadas
con el deseo de olvidar.
Le dirán a la araña: sigue, sigue, estás haciendo
muy buen trabajo.
Carl Sandburg
(trad. JVA)
Tristes guerras
Tristes guerras
si no es amor la empresa.
Tristes, tristes.
Tristes armas
si no son las palabras.
Tristes, tristes.
Tristes hombres
si no mueren de amores.
Tristes, tristes.
Miguel Hernández.
Guerra
Todas las madres del mundo
ocultan el vientre, tiemblan,
y quisieran retirarse
a virginidades ciegas,
al origen solitario
y el pasado sin herencia.
Pálida, sobrecogida
la virginidad se queda.
El mar gime sed y gime
sed de ser agua la tierra.
Alarga la llama el odio
y el amor cierra las puertas.
Voces como lanzas vibran,
voces como bayonetas.
Bocas como puños vienen,
puños como cascos llegan.
Pechos como muros roncos,
piernas como patas recias.
El corazón se revuelve,
se atorbellina, revienta.
Arroja contra los ojos
súbitas espumas negras.
La sangre enarbola el cuerpo,
precipita la cabeza
y busca un cuerpo, una herida
por donde lanzarse afuera.
La sangre recorre el mundo
enjaulada, insatisfecha.
Las flores se desvaneces
devoradas por la hierba.
Ansias de matar invaden
el fondo de la azucena.
Acoplarse con metales
todos los cuerpos anhelan:
desposarse, poseerse
de una terrible manera.
Desaparecer: el ansia
general, naciente, reina.
Un fantasma de estandartes,
una bandera quimérica,
un mito de patrias: una
grave ficción de fronteras.
Músicas exasperadas,
duras como botas, huellan
la faz de las esperanzas
y de las entrañas tiernas.
Crepita el alma, la ira.
El llanto ralampaguea.
¿Para qué quiero la luz
si tropiezo con tinieblas?
Pasiones como clarines,
coplas, trompas que aconsejan
devorarse ser a ser,
destruirse piedra a piedra.
Relinchos. Retumbos. Truenos.
Salivazos. Besos. Ruedas.
Espuelas. Espadas locas
abren una herida inmensa.
Después, el silencio, mudo
de algodón, blanco de vendas,
cárdeno de cirujía,
mutilado de tristeza.
El silencio. Y el laurel
en un rincón de osamentas.
Y un tambor enamorado,
como un vientre tenso, suena
detrás del innumerable
muerto que jamás se aleja.
Miguel Hernández.
En el principio
Si he perdido la vida, el tiempo, todo
lo que tiré, como un anillo, al agua,
si he perdido la voz en la maleza,
me queda la palabras.
Si he sufrido la sed, el hambre, todo
lo que era mío y resultó ser nada,
si he segado las sombras en silencio,
me queda la palabras.
Si abrí los labios para ver el rostro
puro y terrible de mi patria,
si abrí los labios hasta desgarrármelos,
me queda la palabra.
Blas de Otero
El ejército
(fragmentos)
En los labios torcidos de los bardos
veo las guerras mitológicas.
Guerras que exprimen lágrimas;
glorifican la iniquidad;
ahogan los quejidos con discursos heroicos
y al mundo, en su plena infancia,
le sacan canas.
Guerras enloquecidas
que destierran al búfalo apacible,
cercenan al cerdo y
acribillan al cisne como si fuera alfiletero.
Guerras que se beben el jugo
de las zarzamoras
y aplastan los sembrados.
Guerras, guerras, guerras.
Guerras que roban el tiempo sagrado
del Paraíso de Dios...
¿Cómo es posible querer al ejército?
¡Las palomas gritan!
Nadie desea ver a un joven muerto
(excepto el ejército).
Un balazo en el corazón
nunca separa a un joven de otro
(excepto el ejército).
¿Quién puede querer al ejército
lleno de cascos?
)el ejército).
El ejército no se retira
del campo de batalla;
se pone de rodillas
ante los jóvenes muertos
y luego se burla
ante el vaho de sus bocas
repletas de pólvora...
Gregory Corso
(trad. JVA)
Después de la guerra
Un día
después de la guerra
si hay guerra
si después de la guerra hay un día
te tomaré en mis brazos
un día después de la guerra
si hay guerra
si después de la guerra hay un día
si después de la guerra tengo brazos
y con amor te haré el amor
un día después de la guerra
si hay guerra
si después de la guerra hay un día
si después de la guerra hay amor
o alguna manera de hacer el amor.
Jotamario
Recuerdo de infancia
Hoy el periódico traía sangre igual que de costumbre
venía chorreando como la tráquea de un ternero
sacrificado
he visto chotos cabras vacas durante su degüello
bajo el agujero del cuello una orza se va llenando de
sangre
los animales se contraen en sacudidas cada vez más
nimias
de pronto ya no respiran por la nariz ni por la boca
sino por la abertura que la navaja hizo en la tráquea
en la cual aparecen burbujas a cada nueva respiración
a menudo parece que están completamente muertos
y no obstante aún se agitan una o dos veces suavemente
ahora sus ojos ya no miran tienen como una niebla
un teloncillo de color indeterminado que recuerda al
ceniza
entonces el carnicero se incorpora con las manos
manchadas
y procede a desollar y trocear al animal cadáver
para después pesarlo venderlo en porciones hacer su
negocio
hoy el periódico traía sangre lo mismo que otros días
acaso unos cuantos estertores más que de hábito
pero cómo saberlo hay países que no especifican
por ejemplo el departamento de estado no da las cifras
de sus bajas
únicamente les agrega apellidos
bajas insignificantes bajas ligeras bajas moderadas
hoy el periódico traía sangre en volumen considerable
y mientras leo pacientemente civilizadamente el intento
de justificación de esos destrozos escrito de sutil manera
recuerdo vacas cabras chotos la gran orza en el suelo
y recuerdo imagino pienso que unos cuantos carniceros
continúan desollando troceando pesando a sus básculas
haciendo su negocio mediante esos pobres animales
sacrificados
Félix Grande
Redoble fúnebre a los escombros de Durango
Padre polvo que subes de España,
Dios te salve, libere y corone,
padre polvo que asciendes del alma.
Padre polvo que subes del fuego,
Dios te salve, te calce y dé un trono,
padre polvo que estás en los cielos.
Padre polvo biznieto del humo,
Dios te salve y ascienda a infinito,
padre polvo, biznieto del humo.
Padre polvo en que acaban los justos,
Dios te salve y devuelva a la tierra,
padre polvo en que acaban los justos.
Padre polvo que creces en palmas,
Dios te salve y revista de pecho,
padre polco, terror de la nada.
Padre polvo, compuesto de hierro,
Dios te salve y te dé forma de hombre,
padre polvo que marchas ardiendo.
Padre polvo. sandalia del paria,
Dios te salve y jamás te desate,
padre polvo, sandalia del paria.
Padre polvo que avientan los bárbaros,
Dios te salve y te ciña de dioses,
padre polvo que escoltan los átomos.
Padre polvo, sudario del pueblo,
Dios te salve del mal para siempre,
padre polvo español, padre nuestro.
Padre polvo que vas al futuro,
Dios te salve, te guíe y te dé alas,
padre polvo que vas al futuro.
César Vallejo
Cuando muere un amigo
Cuando muere un amigo
el salmón no embarnece.
El trigo no sirve de alimento.
Y al sufrir sólo se logra
que la pena se agrande.
Un apetito nos chupa de la mente colores desteñidos
cuando el último crisantemo
de bronce se marchita en la nieve.
Algo, vehementemente, desagua
al día.
Una herida familiar
se reabre
al picar una muela.
Un gigante rojo
se torna estrella Nova.
Y, en el cielo, un espacio vacío
se cuela
por el Arco de Orión
durante una noche
que se abre tanto
como un ojo desvelado
que mira fijamente.
En esta lucha contra el dolor
la fatiga derrumba. Se nos cierran los ojos.
Y al amanecer nos devuelve
a la pena
que miramos sin parpadear
hasta quedarnos
ciegos.
Marge Piercy
(trad. JVA)
El campo de batalla
Hoy voy a describir el campo
de batalla
tal como yo lo vi una vez decidida
la suerte de los hombres que lucharon
muchos hasta morir,
otros
hasta seguir viviendo todavía.
No hubo elección:
murió quien pudo,
quien no pudo morir continuó andando,
los árboles nevaban lentos frutos,
era verano, invierno, todo un año
o más quizá: era la vida
entera
aquel enorme día de combate.
Por el Oeste el viento traía sangre,
por el Este la tierra era ceniza,
el Norte entero estaba
bloqueado
por alambradas secas y por gritos,
y únicamente el Sur,
tan sólo
el Sur,
se ofrecía ancho y libre a nuestros ojos.
Pero el Sur no existía:
ni agua, ni luz, ni sombra, ni ceniza
llenaban su oquedad, su hondo vacío:
el Sur era un enorme precipicio,
un abismo sin fin de donde,
lentos,
los poderosos buitres ascendían.
Nadie escuchó la voz del capitán
porque tampoco el capitán hablaba.
Nadie enterró a los muertos.
Nadie dijo:
"Dale a mi novia esto si la encuentras
un día."
Tan sólo alguien remató aun caballo
que, con el vientre abierto,
agonizante
llenaba con su espanto el aire en sombra:
el aire que la noche amenazaba.
Quietos, pegados a la dura
tierra,
cogidos entre el pánico y la nada,
los hombres esperaban el momento
último,
sin oponerse ya,
sin rebeldía.
Algunos se murieron,
como dije,
y los demás, tendidos, derribados,
pegados a la tierra en paz al fin,
esperan
ya no sé qué
—quizá que alguien les diga:
"Amigos, podéis iros, el combate..."
Entre tanto,
es verano otra vez,
y crece el trigo
en el que fue ancho campo de batalla.
Ángel González
Los heraldos negros
Hay golpes en la vida, tan fuertes... Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma... Yo no sé!
Son pocos; pero son... Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán talvez los potros de bárbaros Atilas;
o los heraldo negros que nos manda la Muerte.
Son las caídas hondas de los Cristos del alma,
de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.
Y el hombre... Pobre... pobre! Vuelve los ojos, como
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como charco de culpa, en la mirada.
Hay golpes en la vida, tan fuertes... Yo no sé!
César Vallejo
Guerra
Combatieron en el sur del castillo.
Ahora sus cuerpos desamparados,
detrás de la muralla, son el alimento
de los buitres.
Poema chino anónimo, dinastía Han,
c. 206 a. C. (trad. JVA)
La oscuridad no puede ahuyentar a la oscuridad, sólo la luz puede hacerlo. El odio no puede ahuyentar al odio, sólo el amor lo puede hacer. El odio multiplica el odio, la violencia multiplica la violencia, el endurecimiento multiplica el endurecimiento; todo esto en una espiral descendiente de destrucción... La cadena del mal —el odio provocando odio, las guerras produciendo guerras— debe ser rota o nos sumergiremos en el oscuro abismo de la aniquilación.
Martin Luther King Jr.
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