(El poeta, sacerdote y monje cisterciense, reconocido luchador por la paz, envió esta carta a los participantes en el Encuentro Internacional de Poetas, que se llevó a cabo en la ciudad de México durante febrero de 1964, organizado por los editores de la revista El Corno Emplumado).
Hermanos: les hablo desde la distancia como uno que se encuentra entre ustedes. Mi ausencia no es sólo consecuencia de ciertos acontecimientos, sino también por incertidumbres.
Los poetas sabemos que la razón por la cual un poema es creado, no puede ser descubierta hasta que ese poema existe. El motivo que da cuenta de un acto viviente no se muestra hasta que ese acto se ha realizado.
Nosotros los poetas no solemos unirnos en asociaciones sociales con causas premeditadas. La razón para que nosotros nos asociacemos sucedería siempre y cuando nos encontráramos acuciados entre contradicciones y posibilidades.
Los poetas no hemos mentalizado vínculos ni certidumbre. El Espíritu de Vida que nos ha unido, haciéndonos presentes por un acuerdo, hará de nuestro encuentro una epifanía de certidumbres que no hubiésemos podido conocer en el aislamiento.
La solidaridad entre poetas no se proyecta ni depende de creencias políticas, pues éstas siempre han sido materia de prejuicios, astucias y planees estratégicos. Sean cuales fueren sus fallas, el poeta no es un sujeto de astucias malintencionadas. Su arte depende de una inocencia germinal, misma que él puede perder al verse inmiscuido en negocios, política o en formas demasiado institucionales de vida académica. Estamos confederándonos hoy día para defender nuestra inocencia.
Toda inocencia es un acto de fe. No me refiero al acuerdo organizado en creencias, sino a toda convicción personal interior "en espíritu". Tales convicciones son tan fuertes e innegables como la vida misma. La solidaridad entre poetas es un hecho tan elemental como la luz del sol, como las estaciones del año, como la lluvia. Es una cosa tal que no puede ser organizada premeditadamente sino que simplemente acontece. Sólo puede ser "recibida" (como un don). Es un don ante el cual se requiere estar dispuestos a recibir. Ningún ser humano puede planear el hecho de que salga el sol o caiga la lluvia. El mar sigue siendo húmedad, a pesar de las abstracciones que hagamos de él. Solidaridad no es asociación social. Los organizadores de la asociaciones dudarán de la seriedad o la realidad de nuestra esperanza. Si ellos logran contagiarnos con sus dudas perderemos nuestra inocencia; y, como consecuencia, la solidaridad. La vida en las asociaciones se encuentra regularmente organizada bajo el presupuesto de la astucia desconfiante y la culpa. La verdadera solidaridad es destrozada por la habilidad política de poner a un ser humano en contra de otro y por la astucia comercial de estimar un precio para todos los seres. Sobre tales cálculos ilusorios los hombres construyen un mundo de valores arbitrarios carentes de vida y significado, llenos de agitación estéril. Poner a una persona en contra de otra, una vida en contra de otra, un trabajo en contra de otro, e imponer dimensiones de vida en términos de costo, o privilegio económico y decencia moral, es infectar al mundo entero con la más profunda duda metafísica. Al dividir a los unos contra los otros para propósitos de cálculo, los seres humanos adquieren inmediatamente la mentalidad de ser objetos en venta, en un mundo de esclavos.
En tal situación no es posible el regocijo, sólo la rabia. Cada ser humano siente la más profunda raíz de su ser envenenado por la sospecha y el descreimiento. Cada humano experimenta su existencia más próxima como culpa y traición, y como una posibilidad de muerte, nada más.
Estamos unidos para denunciar la vergüenza y el fraude de todas las mentiras colectivas.
Si es que estamos dispuestos a permanecer unidos contra las mentiras, contra todo poder que envenena al ser humano, y contra el sujetarnos a las falsedades de la burocracia, la comercialización y la política de Estado, debemos rechazar cualquier control. Tenemos que rechazar las seducciones de la publicidad. No debemos permitir que nos enfrenten a los unos contra los otros. No debemos devorarnos ni descuartizarnos unos a otros para divertimiento de las agencias de prensa. No debemos permitir que nos devoren en su intento por saciar su insaciable duda. No debemos estar meramente "a favor" de una cosa y "en contra" de otra. No caigamos en la trampa de darles razón de ser al convertirnos en sus "oponentes".
Permanezcamos fuera de "sus" categorías y clasificaciones. Es en este sentido que todos somos monjes: permaneciendo inocentes e invisibles a los publicistas y los burócratas. Ellos no pueden imaginar lo que estamos forjando. A menos que nos traicionemos actuando a favor de sus intereses, pero aún así, son incapaces de comprender.
Ellos no entienden nada que no sean sus propios decretos. Son los artificiosos que urden palabras sobre la vida y luego tratan de acomodar la vida a las palabras que han dicho. ¿Cómo podrían tener confianza ellos cuando hacen que la vida se proyecte en falsedades? Son el comerciante y el político, no los poetas, quienes creen devotamente en "la magia de las palabras".
Para el poeta no hay necesariamente algo tal como la magia. Está la vida misma con todo su carácter impredecible y toda su libertad. Toda magia es una despiadada contingencia cifrada en la adivinación, un círculo vicioso, una profecía auto-consumida. La poesía es inocente de adivinaciones, pues ella misma es el cumplimiento de las predicciones que están escondidas en la vida cotidiana.
No seamos como aquellos que quisieran que el árbol engendre primero al fruto; y después, a la flor. Estamos complacidos con que el flor aparezca primero y después el fruto, a su debido tiempo. Ese es el espíritu poético.
Obedezcamos a la vida y al Espíritu de Vida que nos llama a ser poetas, entonces cosecharemos los frutos de los que la humanidad carece. Con estos frutos calmaremos los resentimientos y las iras de los hombres.
Sintámonos orgullosos de no ser brujos, simplemente personas ordinarias.
Sintámonos orgullosos de no ser expertos en nada.
Sintámonos orgullosos de las palabras que nos han sido dadas sin razón aparente, sin la intención de adoctrinar a nadie, ni confundir a nadie, ni probar el absurdo de nadie, sino sólo señalar el más allá de los objetos, hacia el silencio donde nada puede ser dicho.
Nosotros no somos persuasores. Somos hijos de lo inefable. Somos ministros del silencio, el silencio que es necesario para curar a las víctimas del absurdo, quienes yacen agónicos en falso regocijo. Reconozcamos lo que somos: derviches tocados por un misterioso amor curativo, con un amor que no puede ser vendido ni comprado, a quienes los políticos temen más que a una revolución violenta.
Somos más poderosos que la bomba de hidrógeno.
Digamos entonces "sí" a nuestra propia nobleza, asumiendo la incertidumbre y objeción propias de una existencia derviche.
Desde la República de Platón no había lugar para los poetas y los músicos, mucho menos hoy día para monjes y derviches. Los Platones incompetentes se piensan dueños del mundo en que vivimos, piensan que podrán seducirnos simplemente con entrar en las aguas del río heraclitiano, que no pueden ser atravesadas dos veces de modo semejante.
Cuando el poeta hunde un pie en aquel río fluyente, la poesía nace fuera de las resplandecientes aguas. En ese río único, la verdad se hace manifiesta para aquellos que son capaces de recibirla.
Nadie podrá llegar a ese río a menos que lo haga con sus propios pies. No podrá llegar transportado en algún vehículo.
No podrá entrar al río aquél que lleve puestas las investiduras de funcionarios y sus asociaciones. Tenemos que sentir el agua correr por nuestra piel desnuda. Debemos saber que la inmediatez es sólo para mentes desnudas e inocentes.
¡Vamos derviches: he aquí el agua de vida. Dancemos en ella!
Thomas Merton
Abadía Cisterciense de Ghetsemaní,
Kentuky, Estados Unidos, 1964
Versión al español: Milton Medellín.
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