martes, 5 de julio de 2011

"El gran desafìo de Sicilia"

Hace apenas dos semanas Javier Sicilia se encontró en Juárez con Luz María
Dávila y en su abrazo fundieron en una sola, la fuerza moral de ambos; escribí
entonces que esa nueva plataforma ética podría convertirse en un punto de
inflexión, cuyo horizonte posibiliara el Fin de una guerra absurda y la refundación
del país. Ahora Sicilia se apresta a dar un salto mortal: reunirse con Felipe Calderón
en el Museo de Antropología ante la mirada expectante y por momentos
deconcertada de partidarios y detractores. Las protestas han empezado a marchar
ya desde la redes sociales. El jueves confluirán en los alrededores de Chapultepec.
Articulistas y analistas políticos de todos los signos han puesto a Sicilia bajo la mira,
unos con argumentos sólidos lo llaman a la congruencia. Otros, la mayoría por
encargo, intentan polarizar un movimiento nacional que acusa un alto grado de
volatibilidad. Todas las apuestas están en contra de Sicilia y los boletines de la
Secretaría de Gobernación dan la razón a quienes auguran el fracaso de este
esfuerzo: "Con este encuentro, el gobierno federal reafirma su disposición de diálogo
para que mediante la instrumentación de la Estrategia Nacional de Seguridad como una
política de Estado, encontremos la seguridad auténtica y duradera que tanto los
mexicanos como su gobierno, anhelan". El escenario es reminisicente de la reuniones
del Programa Todos Somos Juárez en febrero de 2010, cuando el gobierno logró
desmovilizar la respuesta de quienes se opusieron a su retórica de guerra. Sin
embargo, ahora las cosas podrían ser diferentes.
El 11 de febrero, mientras Calderón era interpelado en el interior de uno de
lo salones del Centro Cibeles, afuera se desató lo que en Juárez equivale a una
rebelión. No fue mucha gente que se movilizó, pero lo hizo desde todos los Flancos.
Los estudiantes del Tecnológico cerraron una de las principales avenidas y los
familiares de las víctimas de la masacre de Villas de Salvarcar no aceptaron reunirse
con Calderón en una sede alternativa. Y aunque nunca llegó, lo esperaron en su
colonia con pancartas y reclamos. En Juárez quienes se movilizan son una mezcla
heterógena de estudiantes, profesores universitarios, médicos, malabaristas,
activistas sociales, músicos, defensoras de los derechos humanos, militantes de
izquierda, religiosas y familiares de víctimas. Fueron ellos quienes mantuvieron
sitiado a Calderón. En medio de la confusión y los discursos de la clase política y los
empresarios locales que habían acudido a arropar a los titulares de los tres órdenes
de gobierno, surgió la voz de Luz María Dávila: “Discúlpeme, señor Presidente. Yo no
le puedo decir bienvenido, porque para mí no lo es, nadie lo es. Porque aquí hay
asesinatos hace dos años y nadie ni nada han querido hacer justicia. Juárez está de luto”.
Y después volteó hacia las fuerzas vivas juarenses para llamarlos a cuentas: “Y
ustedes solamente sirven para reirse y para aplaudir”. La voz de una víctima habló y
fue contundente. Pero cuando Calderón tomó la palabra fue todavía más tajante:
“vamos a mantener la estrategia y lamentablemente habrá más daños colaterales”.
El diario capitalino La Jornada describió de manera certera aquel momento:
“Cercan reclamos a Calderón en Juárez”. Apenas unos días más tarde, Javier Sicilia
escribió en la revista Proceso sobre lo que presenció a través de la televisión.
Indignado por las palabras de Fernando Gómez Mont, quien al escuchar que los
manifestantes le llamaban asesino y lo instaban a renunciar reclamó que esa no era
la manera de dialogar, Sicilia le recordó al secretario de Gobernación que la gente no
había salido a la calle para dialogar, sino para exigir.

Gómez Mont, hijo de una clase que ha hecho de la vida política un negocio y una
norma legal de la impunidad, olvidaba dos cosas: 1) que el grito de aquella mujer
era y continúa siendo un recordatorio de lo que unos años atrás, cuando Calderón
metía al país en esta guerra absurda, había dicho el señor Martí, cuyo hijo asesinado
preludiaba lo que ahora, para nuestra desgracia, se ha multiplicado de manera
exponencial; 2) que aquella gente no se había reunido en las afueras del Centro de
Convenciones a dialogar, sino a exigir lo que una ciudadanía está obligada a
exigir a sus gobernantes cuando la traicionan (Proceso, 21 de febrero de 2010).

Después de más de tres mil kilómetros recorridos, Sicilia sabe de primera
mano que las personas que se movilizaron para acompañarlo y para recibir la
Caravana en Juárez lo hicieron para exigir, justamente lo que la ciudadanía está
obligada a exigir cuando la traicionan. Comparte esa perspectiva desde antes de que
esa guerra absurda desencadenada por Calderón lo convirtiera a él también en una
víctima.
En Juárez las movilizaciones más númerosas y consistentes han sido por la
justicia. Sin embargo, en el sustrato de las demandas de justicia ha crecido el de la
desmilitarización que en un primer momento era la demanda de unos cuantos. Las
condicones de repetición de muchos de los casos (masacres, desapariciones
forzadas, allanamientos) están en los dispositivos de seguridad que se han instalado
en la calles y en las mentes de quienes detentan el monopolio de la violencia. Los
agravios son infinitos y sus formas conforman un compendio del horror. En los
últimos años la Policía Federal y el Ejército Mexicano han alternado el control
policiaco de la ciudad y del Valle de Juárez. En realidad sus acciones son parte del
mismo esquema, de la misma estrategia que se ha denunciado como fallida. Una
guerra de baja intensidad combinada con acciones policiacas de alto impacto es lo
que marca el infinito horizonte de la guerra en Juárez. No nos encontramos pues
ante una estrategia fallida, sino ante la producción de una nueva forma de vida, tal y
como lo han señalado Michael Hardt y Antonio Negri en relación a las nuevas
guerras emprendidas por los Estados Unidos en lugares como Iraq y Afganistán. En
su artículo de Proceso, Sicilia lo planteaba de la siguiente manera:

Durante tres años, los ciudadanos hemos tenido que soportar eso, y para advertirnos
que continuará, Gómez Mont se indigna ante la exigencia de que renuncie,
y el presidente insiste en que reforzará la violencia. Sus abstracciones: la
guerra como método para construir un mundo mejor, sus esperanzas en las
“bondades” del mercado y el poder, valen más que los muchachos asesinados y
que el llanto sin consuelo de unos padres que jamás verán crecer a sus hijos porque
Gómez Mont, Calderón, el Ejército, los partidos y los representantes de las
Cámaras han decidido que sus abstracciones y sus luchas por el poder son más
importantes que los hombres, las mujeres y los niños de este país.

Muchos en México comprenden ya que la desmilitarización de la vida social,
en su sentido más amplio, es una condición preponderante para refundar el país,
pero también es necesario aceptar que desmontar la maquinaria de guerra del
Estado implica una actividad política compleja y una movilización no solamente
multitudinaria, sino múltiple, es decir, enfilada desde diferentes ángulos por una
diversidad de actores, cuyas acciones estén en permanente rearticulación. No es
concebible organizar a la mutitud desde un solo espacio.
Desde el surgimiento del zapatismo en 1994, no había aparecido en México
otro movimiento que despertara la conciencia, la imaginación y los ánimos de
debate como lo ha hecho éste, encabezado por Javier Sicilia, no desde Morelos, el
D.F., o Juárez, sino desde la nueva geografía del dolor. Un país igualado por la
violencia explica la resonancia de su convocaria. En una carta fechada el 5 de junio,
el subcomandante Marcos reconoció como extraordinarios a “esos hombres y
mujeres que han echado a andar de nuevo, en la Caravana por la Paz con Justicia y
Dignidad, para recordarle a quienes mal gobiernan, a los criminales y al país entero, que
es una vergüenza el nada hacer cuando la guerra de todo se apodera”. Los zapatistas
conocen la longitud y la amplitud de la guerra y por eso su actitud es serena. El
mismo Sicilia sabe que el camino será largo; no fue una casualidad que en el
Monumento a Juárez haya leído un poema de Constantino Cavafis en lugar de hacer
un discurso político.

Cuando emprendas tu viaje hacia Ítaca
debes rogar que el viaje sea largo,
lleno de peripecias, lleno de experiencias.
No has de temer ni a los lestrigones ni a los cíclopes,
ni la cólera del airado Poseidón.
Nunca tales monstruos hallarás en tu ruta

si tu pensamiento es elevado, si una exquisita
emoción penetra en tu alma y en tu cuerpo.

Es evidente que Sicilia se prepara para un movimiento de largo aliento, pero
las expectativas depositadas sobre la Caravana han sido desmedidas. Si bien es
cierto que el movimiento se ha convertido en un espacio de debate singular, mucho
más genuino y atractivo que las convencionales esferas políticas mexicanas, no es
razonable esperar que todas las acciones emanen de él. Es inquietante el tono
apocalíptico de quienes actúan como si en ese movimiento se jugara la última carta
de la sociedad mexicana. También lo es la actitud de algunos que mientras reclaman
horizontalidad y denuncian al nuevo caudillo, se desplazan hacia el interior del
movimiento de manera vertical, literalmente disputando un lugar en el templete. El
movimiento tendrá que aprender a acomodar en su interior a visiones diversas y
procesar las propuestas a veces contradictorias. Mientras tanto, es importante no
despeñarse en prematuras acusaciones de traición. Mediante un correo electrónico,
una de las organizadoras y participantes en las jornadas de la Caravana en la
frontera, reaccionó de la siguiente manera ante los intentos de linchamiento a
Sicilia:
Sicilia ha instalado en la sociedad mexicana (no en los grupos que vienen
resistiendo desde siempre) la idea de que ésta fue una guerra inútil y empieza a
rescatar del olvido a los muertos y los desaparecidos; habrá que pensar cómo
seguir, como profundizar la discusión, como llegar a acuerdos que expresen mejor
las necesidades de la frontera, pero honestamente compañeros, yo no me siento
usada por Sicilia porque en el peor de los casos, este movimiento sirvió para que
hoy ya casi nadie se anime a defender esta guerra, más bien me siento ofendida
con aquellos que dicen que en Ciudad Juarez se jodió la movilización.
Discutamos, organicemos, peleemos por nuestra propia visión del conflicto, pero
no dejemos que nos usen los que quieren que la gente se quede en su casa y todo
siga igual.

Cinismo político y grandeza ciudadana era el título del texto publicado por Javier
Sicilia en la revista Proceso en febrero del 2010. Hacia el final del mismo, Sicilia
concluía:
Por desgracia, el cinismo es el método de la política mexicana y, paradójicamente, del
crimen: quienes creen en el poder, cualquiera que sea su justificación, construyen y
autorizan el terror. Pero habrá siempre una ciudadanía –como la que se reunió en
Ciudad Juárez– que se opondrá a la imbecilidad de esos cínicos enfundados en trajes
de marca y, dándoles la espalda, gritándoles que hace tiempo dejaron de
representarnos, construirá lentamente el proyecto y el lenguaje político que nos
arrancaron.
La gente aquella que se reunió en Juárez para exigir justicia el 11 de febrero de
2010 es la misma que haciendo a una lado sus diferencias se constituyó en asamblea y
convocó a muchos más para organizar la recepción de la Caravana. Es la misma que, con
muchos más a lo largo y ancho de un México se extiende más allás de las fronteras,
aspira a construir ese proyecto y ese lenguaje político nuevo. Javier Sicilia enfrenta el
gran desafío de desenmascarar a Calderón. Las cosas en el país podrían tomar un curso
distinto si asumimos el reto colectivamente, y en el esfuerzo ayudamos al poeta, y a
nosotros mismos, a no caer en las garras de cíclopes y lestrigones.

Willivaldo Delgadillo


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